sexta-feira, setembro 03, 2004
Mafalda, la contestataria, existe y estaba en Nueva York
RUI FERREIRA / El Nuevo Herald
NUEVA YORK
Una convención política es un hervidero de tantas buenas pequeñas historias, chismes y entrelíneas, que a veces se hace difícil escoger una.
En este caso, durante la convención republicana, son historias que van desde hechos pintorescos como el incidente del masaje facial que se hizo la veterana reportera de la Casa Blanca, Helen Thomas, y que pese a ser gratuito, terminó con una sonada protesta por parte de ella en plena sala de prensa, porque no le salió como quería.
O los 12 manifestantes que lograron penetrar al plenario y abuchearon al vicepresidente Dick Cheney, y que cuando el servicio secreto averiguó como habían logrado las credenciales, descubrió que funcionarios del partido las habían distribuido en la calle, porque el plenario nunca se llenó de delegados.
Pero hay también historias que nacen de las coincidencias increíbles de que se nutren las experiencias periodísticas.
Todo comenzó el domingo pasado cuando al llegar a Nueva York me encuentro en la estación del metro de la ruta 9 en la calle 34, en pleno Manhattan, con un rostro conocido.
Un rostro poderosamente conocido. Pero sin un nombre asociado. Era tan conocido que no resistí a la tentación de aproximarme y preguntarle a la joven si alguna vez nos habíamos visto.
``Sí, claro que sí. A mí me arrestaron en Miami en octubre y tú estabas al lado mío", me contestó rápidamente la joven en inglés, pero con fuerte acento latinoamericano.
Y de repente, la noche se hizo día y lo tenia clarísimo. Fue durante las manifestaciones contra la reunión ministerial del Area del Libre Comercio de las Américas. Cerca de una de las líneas del tren que separan Overtown de la zona de Biscayne Boulevard. La policía la arrestó con un grupo de jóvenes anarquistas y recuerdo que ella opuso cierta resistencia.
Me contó que la soltaron dos días después y la policía de Miami terminó quitándole los cargos. Dijo que no la habían tratado bien pero que está habituada a ello porque, y lo dice con orgullo, ``soy una contestataria profesional".
El asunto me interesaba. Demasiado. Ahí estaba el eslabón perdido de la conexión de las manifestaciones de Miami y Nueva York. Un ejemplo de que el movimiento de protesta se desplaza de ciudad en ciudad y mientras en el mundo haya injusticia, jamás dejará de deambular a nuestro alrededor.
''Esto es distinto. A decir verdad no sé que es peor, si el neoliberalismo o Bush. Pero tenemos que protestar contra Bush. Bush no sirve'', me dijo días después, frente al Madison Square Garden, durante una pequeña manifestación donde se protestaba tanto contra la guerra en Irak, como pidiendo la liberación de unos monjes tibetanos y alguien hasta se apareció con un cartel de una ballena, aunque no quedó muy claro porqué.
Le pregunté porqué el presidente ''no sirve'' y su respuesta me sorprendió por lo certera. Podía estar memorizada pero sonaba genuina. ``Representa lo peor que hay dentro de la ideología conservadora de este país. Nos ha implantado la idea de que Estados Unidos debe gobernar al mundo y que todos los demás somos unos imbéciles. Hemos ido a la guerra por el petróleo, nada más que por el petróleo, porque es lo único que le interesa a los ricos de este país", dijo.
No bien había terminado de contestarme, cuando su grupo de amigos - cuyo nombre nunca supe a ciencia cierta - comenzó a correr por toda la Séptima Avenida, rumbo a la esquina con la calle 35, gritando que la policía los estaba persiguiendo. Y yo apenas alcancé a preguntarle cómo se llamaba. ``¡Mafalda! Soy argentina y no es una broma", gritó.
Cómo si yo no lo hubiera adivinado ya. Mafalda, la contestataria, existe.
NUEVA YORK
Una convención política es un hervidero de tantas buenas pequeñas historias, chismes y entrelíneas, que a veces se hace difícil escoger una.
En este caso, durante la convención republicana, son historias que van desde hechos pintorescos como el incidente del masaje facial que se hizo la veterana reportera de la Casa Blanca, Helen Thomas, y que pese a ser gratuito, terminó con una sonada protesta por parte de ella en plena sala de prensa, porque no le salió como quería.
O los 12 manifestantes que lograron penetrar al plenario y abuchearon al vicepresidente Dick Cheney, y que cuando el servicio secreto averiguó como habían logrado las credenciales, descubrió que funcionarios del partido las habían distribuido en la calle, porque el plenario nunca se llenó de delegados.
Pero hay también historias que nacen de las coincidencias increíbles de que se nutren las experiencias periodísticas.
Todo comenzó el domingo pasado cuando al llegar a Nueva York me encuentro en la estación del metro de la ruta 9 en la calle 34, en pleno Manhattan, con un rostro conocido.
Un rostro poderosamente conocido. Pero sin un nombre asociado. Era tan conocido que no resistí a la tentación de aproximarme y preguntarle a la joven si alguna vez nos habíamos visto.
``Sí, claro que sí. A mí me arrestaron en Miami en octubre y tú estabas al lado mío", me contestó rápidamente la joven en inglés, pero con fuerte acento latinoamericano.
Y de repente, la noche se hizo día y lo tenia clarísimo. Fue durante las manifestaciones contra la reunión ministerial del Area del Libre Comercio de las Américas. Cerca de una de las líneas del tren que separan Overtown de la zona de Biscayne Boulevard. La policía la arrestó con un grupo de jóvenes anarquistas y recuerdo que ella opuso cierta resistencia.
Me contó que la soltaron dos días después y la policía de Miami terminó quitándole los cargos. Dijo que no la habían tratado bien pero que está habituada a ello porque, y lo dice con orgullo, ``soy una contestataria profesional".
El asunto me interesaba. Demasiado. Ahí estaba el eslabón perdido de la conexión de las manifestaciones de Miami y Nueva York. Un ejemplo de que el movimiento de protesta se desplaza de ciudad en ciudad y mientras en el mundo haya injusticia, jamás dejará de deambular a nuestro alrededor.
''Esto es distinto. A decir verdad no sé que es peor, si el neoliberalismo o Bush. Pero tenemos que protestar contra Bush. Bush no sirve'', me dijo días después, frente al Madison Square Garden, durante una pequeña manifestación donde se protestaba tanto contra la guerra en Irak, como pidiendo la liberación de unos monjes tibetanos y alguien hasta se apareció con un cartel de una ballena, aunque no quedó muy claro porqué.
Le pregunté porqué el presidente ''no sirve'' y su respuesta me sorprendió por lo certera. Podía estar memorizada pero sonaba genuina. ``Representa lo peor que hay dentro de la ideología conservadora de este país. Nos ha implantado la idea de que Estados Unidos debe gobernar al mundo y que todos los demás somos unos imbéciles. Hemos ido a la guerra por el petróleo, nada más que por el petróleo, porque es lo único que le interesa a los ricos de este país", dijo.
No bien había terminado de contestarme, cuando su grupo de amigos - cuyo nombre nunca supe a ciencia cierta - comenzó a correr por toda la Séptima Avenida, rumbo a la esquina con la calle 35, gritando que la policía los estaba persiguiendo. Y yo apenas alcancé a preguntarle cómo se llamaba. ``¡Mafalda! Soy argentina y no es una broma", gritó.
Cómo si yo no lo hubiera adivinado ya. Mafalda, la contestataria, existe.