terça-feira, outubro 26, 2004
La guerra de los cristeros
por ALEJANDRO ARMENGOL
Mal anda la campaña por la presidencia de Estados Unidos, cuando ambos candidatos apelan cada vez más en sus discursos a los sentimientos religiosos de los electores. En el presidente George W. Bush es natural este llamado a la fe, ya que desde la llegada al poder se ha considerado un “mensajero de Dios”. Pero en su oponente, el senador John Kerry, implica una táctica de última hora que suena a desesperación ante la imposibilidad de cobrar la delantera en los días finales antes del momento cumbre, cuando los norteamericanos decidirán en las urnas el futuro de la nación y de gran parte de lo que lo que ocurra en el mundo durante los próximos cuatro años.
De acuerdo a las cifras, Kerry lleva las de perder en este terreno.
Aproximadamente el 42 por ciento de los habitantes de EEUU se consideran evangélicos o “nacidos de nuevo” —la autodenominada forma de clasificarse que caracteriza a los que como Bush dicen haber “encontrado al Señor”— quienes practican una religión cristiana, dividida en múltiples iglesias y sectas, aunque todas con el denominador común de una práctica religiosa protestante. Hay también unos cuatro millones de evangélicos que no votaron en noviembre de 2000, nuevos electores cuya amplia mayoría posiblemente se incline hacia el Presidente. Kerry, por su parte, profesa la religión católica, aunque su posición antidogmática respecto al aborto, la investigación con células madre y los matrimonios homosexuales le ha ganado la oposición de destacadas figuras de la institución católica en este país.
Desde su llegada al poder, Bush ha hecho del fundamentalismo cristiano la coraza ideológica que rige sus acciones. Incluso en varias ocasiones ha empleado el término “cruzada” para referirse a su guerra contra el terrorismo, lo que ha provocado siempre la necesidad de desmentidos y aclaraciones —por parte de sus voceros y funcionarios— para no aumentar aún más las tensiones con los musulmanes del país y el resto del mundo. Al tiempo que este alarde de fe es una de las características más notorias —y criticada— de la personalidad del mandatario, su apoyo sostenido a la causa cristiana ha sido uno de los pilares electorales que mayores dividendos le ha brindado. En la actual campaña, las iglesias han actuado como centros de reclutamiento de votantes, los pastores han urgido a sus feligreses que voten por Bush y multitud de fieles han expresado la creencia de que “Dios está usando al Presidente en su lucha contra el Maligno”. Según una encuesta luego de las elecciones de 2000, realizada por la Universidad de Akron, más de dos tercios los que dijeron asistir al menos una vez por semana a la iglesia votaron por Bush. No quiere esto decir que todos los cristianos sean ciegos abanderados del actual presidente, pero nunca como ahora —en la historia reciente de EEUU— la religión ha jugado un papel tan clave en las decisiones ante las urnas.
Kerry ha intensificado las referencias bíblicas en sus últimos discursos con el afán de ganarse a los votantes indecisos, quienes continúan siendo la gran incógnita electoral. Una táctica política válida que no impide la sospecha de que, una vez más, se coloque a la defensiva y haga el papel de caja de resonancia —en un sentido opuesto— frente a las propuestas de Bush.
El fundamentalismo cristiano tiene claro lo mucho que puede ganar si el Presidente es reelecto. Bush les ha ofrecido mayores recursos económicos a las instituciones benéficas de las iglesias y sectas, la continuación de la prohibición de fondos federales para las investigaciones con células madre y el proseguir la erosión de la distinción primordial entre Iglesia y Estado. Pero lo más importante es la certeza de que un segundo mandato de Bush implicará la nominación de uno o más magistrados a la Corte Suprema. Estas nominaciones constituyen una prioridad presidencial, e incluso sin el apoyo del Congreso —en la actualidad ambas cámaras están en manos de los republicanos— no quedaría otra opción que aceptar a jueces conservadores. De esta forma, se rompería el precario equilibrio existente en el Supremo, y éste se inclinaría irremediablemente a la derecha, con la posibilidad de que el aborto sea prohibido o limitado a los casos extremos.
Hasta ahora, Kerry se había mostrado como un católico moderado, que prefería mantener en el terreno privado sus convicciones religiosas. Durante la elecciones primarias de su partido, se mostró renuente a discutir cuestiones religiosas y destacó el peligro que representaba el intento de Bush de borrar la distancia entre Iglesia y Estado. Todo cambió durante el último debate televisivo, en que expresó: “Mi fe afecta todo lo que hago”. La declaración guarda similitudes con lo que viene expresando desde hace años Bush, incluso al referirse a las decisiones claves de su mandato. En Plan of Attack, el Presidente le confesó a Bob Woodward respecto a su decisión de lanzar la invasión a Irak: “Llegado a este punto, comencé a orar, a fin de tener la fortaleza necesaria para hacer la voluntad del Señor. …Téngalo por seguro, no voy a justificar una guerra fundamentándome en Dios. No obstante, en mi caso, oré para ser tan buen mensajero de su voluntad como fuera posible. Y entonces, por supuesto, oré por fortaleza personal e indulgencia”. Más allá de las semejanzas de los dos candidatos, en declararse hombres de fe, las diferencias son abismales. Kerry es un político práctico, que a lo largo de su carrera nunca ha puesto a los hechos por encima de sus creencias. Bush es un fanático —al estilo calvinista— que subordina la realidad a su ideología. Este fervor dogmático comenzó a acentuarse luego de los ataques terroristas del 9/11. A partir de ese momento, la actual administración acentuó un estilo de gobierno que exige la lealtad absoluta a sus seguidores, el secreto absoluto respecto a su gestión y la desconfianza total frente a cualquiera que presente un punto de vista contrario o aparezca con una información que ponga en entredicho los planes formulados.
Durante toda la campaña, las distinciones entre los aspirantes a la presidencia han estado centradas siempre en las diferencias de carácter, interpretadas como positivas o negativas de acuerdo a la militancia política de quien las contemple: Bush testarudo y Kerry analítico y dispuesto a reconocer sus errores; Bush firme y Kerry pusilánime y cambiante.
Estas diferencias, sin embargo, trascienden las personalidades. El gobierno de Bush tiene un marcado afán imperialista y una forma autoritaria, que sin duda se profundizará en caso de una victoria. No son sólo las grandes lagunas del mandatario respecto a lo que ocurre fuera de la Casa Blanca y sus limitaciones intelectuales. Tampoco su desprecio ante la opinión ajena y la renuencia a escuchar consejos hasta de sus más cercanos colaboradores, una actitud tan bien expresada por el ex secretario del Tesoro, Paul O’Neill, cuando dijo que en las reuniones de gabinete Bush se comportaba como “un ciego en una habitación llena de sordos”. EEUU está en manos de un grupo de ideólogos que pertenecen al ala ultraderechista de nuevo cuño del Partido Republicano, los llamados “neoconservadores”, quienes responden a los intereses de las corporaciones y la industria armamentista y reflejan los valores del fundamentalismo cristiano de los estados sureños. Para mantener su hegemonía, no dudarán ni por un momento lanzarse a una nueva guerra, harán todo lo posible por destruir el sistema de seguridad social y ampliarán todas las políticas que impliquen un aumento de las ganancias de los grupos más poderosos, en detrimento de las clases medias y bajas de la población.
Como ha ocurrido en otras ocasiones, el énfasis religioso que ha adquirido la campaña no hace más que ocultar la situación imperante en EEUU. Es cierto que, desde el punto de vista religioso, el enfoque pragmático de Kerry es más acorde al catolicismo, mientras que el irracionalismo de Bush encaja a las claras en el protestantismo. Pero esta nación se caracteriza por el establecimiento de vínculos políticos que trascienden las barreras del credo. ¿Cómo explicar entonces la alianza entre los fundamentalistas cristianos y el sionismo? La respuesta es fácil: ambos grupos han echado a un lado sus diferencias de fe en favor de un gobierno norteamericano que no pone freno a los desmanes del aventurerismo militar de Ariel Sharon. Al final, la victoria la tendrá el candidato que logre convencer o engañar mejor a los votantes. Para lograrlo Bush ora y Kerry reza, pero sus asesores saben que no basta con las oraciones.
(C) AA 2004