terça-feira, novembro 02, 2004
ALEA JACTA EST
por RUI FERREIRA
En unas seis horas el electorado estadounidense comienza a votar. Han tardado cuatro años en llegar a este momento y este es un momento totalmente inesperado porque hace tres años y medio que el mundo no es el mismo. Y el mundo no es el mismo porque unas 3.000 almas murieron cuando dos torres se derribaron. Y cuando esas dos torres se cayeron otras 150.000 mil personas quedaron marcadas para morir. Era una cuestión de tiempo.
Las elecciones de hoy no son, por eso, unas elecciones normales. No podían serlo, se realizan bajo el estigma del miedo, sobre 153.000 cadáveres y por vez primera en un país dividido entre dos proyectos que se venden como diferentes. Entre un hombre que no admite errores y está convencido que es el único que nos puede garantizar la seguridad y otro que esencialmente sostiene lo mismo pero no sabe articularlo. Y no ha sabido articularlo porque se ha preocupado demasiado en lo que piensan los demás de él que en decirle a los demás que piensa para ellos.
Los estadounidenses están habituados a ser conducidos. La sociedad estadounidense es una sociedad de conducidos. Desde las filas de los boy-scouts hasta los pulpitos de las iglesias, pasando por la bolsa de valores, siempre hay alguien conduciendo a otro, aunque sea para montarse a un autobús. No creen en la colectivización pero lo hacen todo colectivamente. Por eso las encuestas están empatadas, porque hace meses que los norteamericanos saben por quien van a votar.
Pero a diferencia de otras ocasiones no se sabe por quién. No ha sido posible escrutar quien ha sido su opción y por eso tienen al mundo en un vilo. Por décadas, o centurias, se les ha metido en la cabeza que son los conductores del mundo y quienes dictan sus reglas, costumbres o hábitos. Pero ahora lo tienen en vilo y no dan el más mínimo indicio de su opción. Y eso es peligroso.
Un escenario que apareció este principio de semana es un empate matemático en los votos electorales lo cual pondría el desenlace en las manos del Congreso y el Congreso está inclinado hacia un lado que hace cuatro años llegó al poder con menos votos que su oponente. Y durante estos cuatro años ha gobernado bajo el espectro de la ilegitimidad, una permisa que la sociedad estadounidense puede no aguantar un periodo más.
Por menos que esto hubo una guerra civil. Podríamos, ahora, estar en la antesala de una guerra “incivil”. Podríamos no estar aquí dentro de cuatro años.
Dicen que el pueblo es sabio. Pero los sabios son hombres de carne y hueso, que se debilitan al ser conducidos por otros sabios que suelen creer detener la verdad en sus manos como un dogma adquirido. El problema no es un hombre creer que habla con Dios; el problema es ocultarle que Dios no existe. No es de sabios ni de valientes. Es, sencillamente, de ignorantes.
Por creer en Dios un hombre derrumbó dos torres y murieron 3.000 personas. Por hablar con Dios, otro hombre mandó a matar a 150.000. Ahora los norteamericanos van a votar pero nadie sabe en que mesa él vota.
Las elecciones de hoy no son, por eso, unas elecciones normales. No podían serlo, se realizan bajo el estigma del miedo, sobre 153.000 cadáveres y por vez primera en un país dividido entre dos proyectos que se venden como diferentes. Entre un hombre que no admite errores y está convencido que es el único que nos puede garantizar la seguridad y otro que esencialmente sostiene lo mismo pero no sabe articularlo. Y no ha sabido articularlo porque se ha preocupado demasiado en lo que piensan los demás de él que en decirle a los demás que piensa para ellos.
Los estadounidenses están habituados a ser conducidos. La sociedad estadounidense es una sociedad de conducidos. Desde las filas de los boy-scouts hasta los pulpitos de las iglesias, pasando por la bolsa de valores, siempre hay alguien conduciendo a otro, aunque sea para montarse a un autobús. No creen en la colectivización pero lo hacen todo colectivamente. Por eso las encuestas están empatadas, porque hace meses que los norteamericanos saben por quien van a votar.
Pero a diferencia de otras ocasiones no se sabe por quién. No ha sido posible escrutar quien ha sido su opción y por eso tienen al mundo en un vilo. Por décadas, o centurias, se les ha metido en la cabeza que son los conductores del mundo y quienes dictan sus reglas, costumbres o hábitos. Pero ahora lo tienen en vilo y no dan el más mínimo indicio de su opción. Y eso es peligroso.
Un escenario que apareció este principio de semana es un empate matemático en los votos electorales lo cual pondría el desenlace en las manos del Congreso y el Congreso está inclinado hacia un lado que hace cuatro años llegó al poder con menos votos que su oponente. Y durante estos cuatro años ha gobernado bajo el espectro de la ilegitimidad, una permisa que la sociedad estadounidense puede no aguantar un periodo más.
Por menos que esto hubo una guerra civil. Podríamos, ahora, estar en la antesala de una guerra “incivil”. Podríamos no estar aquí dentro de cuatro años.
Dicen que el pueblo es sabio. Pero los sabios son hombres de carne y hueso, que se debilitan al ser conducidos por otros sabios que suelen creer detener la verdad en sus manos como un dogma adquirido. El problema no es un hombre creer que habla con Dios; el problema es ocultarle que Dios no existe. No es de sabios ni de valientes. Es, sencillamente, de ignorantes.
Por creer en Dios un hombre derrumbó dos torres y murieron 3.000 personas. Por hablar con Dios, otro hombre mandó a matar a 150.000. Ahora los norteamericanos van a votar pero nadie sabe en que mesa él vota.